Continuamos con el cuarto capítulo del libro biográfico de Cristina Morató dedicado a la Primera Dama
Argentina: Eva Perón.
“Creo en Dios y lo adoro, y creo en Perón y lo adoro. Dios me dio la
vida un día, Perón me la da todos los días.” Eva Perón.
“Hubo, al lado de Perón, una mujer que se dedicó a llevarle al
presidente las esperanzas del pueblo, que luego Perón convertiría en realidades
[…].” Cristina Morató.
“Idolatrada por sus seguidores de la clase trabajadora, despreciada por la clase acomodada argentina y el ejército – que la consideraba una intrusa –, nada ni nadie pudo evitar la popularidad que alcanzó en una época y en un país donde las mujeres no se dedicaban a la política.” Cristina Morató.
“Evita nunca aceptó el ser hija ilegítima, una condición que le
resultaba injusta y contra la que lucharía cuando llegó al poder. Ya casa con
el presidente Juan Domingo Perón, impulsaría algunas leyes que eliminarían la
discriminación de los hijos nacidos fuera del matrimonio”. Cristina Morató.
“De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó
desgarrándome íntimamente”. Eva Perón.
“Recuerdo muy bien que estuve muchos días triste cuando me enteré que en
el mundo había pobres y había ricos; y lo extraño es que no me doliese tanto la
existencia de los pobres como el saber que al mismo tiempo había ricos… Así
comenzó mi rebeldía”. Eva Perón.
“Me había resignado a mi condición de víctima. Más aún: me había
resignado a una existencia banal, monótona, que me parecía estéril pero
inevitable. No tenía ninguna esperanza de poder escapar… Sin embargo, en el
fondo de mí misma, no estaba realmente resignada. Y mi “gran día” llegó al fin”.
Eva Perón.
“Hablamos sin parar, de cualquier cosa… era como si nos conociéramos de
toda la vida. Él [Perón] me dijo que le gustaban las mujeres decididas. De eso
no me olvidaría nunca”. Eva el día que conoció a Perón.
“Eva entró en mi vida como el destino […] entre las personas que en
aquellos días pasaron por mi despacho, había una mujer de frágil presencia,
pero de vigorosa voz, con una larga cabellera rubia que le caía suelta sobre la
espalda, y de ojos ardientes. Dijo que se llamaba Eva Duarte, que trabajaba en
la radio y que quería ayudar el pueblo de San Juan. La miré y sus palabras me
impresionaron; la fuerza de su voz y su mirada me subyugaron totalmente. Eva
tenía una tez blanca, pero cuando hablaba su rostro se inflamaba. Sus manos
estaban enrojecidas por la tensión, sus dedos fuertemente entrelazados; toda
ella era puro nervio”. Juan Domingo Perón hablando de Evita.
“Evita sabía que no despertaba ninguna simpatía entre los más estrechos
colaboradores de Perón – quienes la consideraban una “intrusa” – y que las
damas de la alta sociedad la despreciaban”. Cristina Morató sobre Eva.
“Aquella noche histórica del 17 de octubre, Juan Domingo Perón acababa
de demostrar el poder que tenía sobre el pueblo. Ahora sólo pensaba en la
promesa que le había hecho a Evita: casarse cuanto antes con ella”.
Cristina Morató.
“Pensábamos con el mismo cerebro, sentíamos con el mismo corazón. Era
natural por tanto que en tanta comunión de ideas y de sentimientos naciese
aquel afecto que nos llevó al matrimonio. Nos casamos en el otoño de 1945 en la
iglesia de San Francisco en La Plata”. Juan Perón.
“Evita, a sus veintiséis años, se convertía en la primera dama del país.
Dispuesta a representar bien su papel y a estar a la altura de las
circunstancias, se apresuró a elegir un vestido adecuado para la toma de
posesión de su esposo. El 4 de junio, en el majestuoso Salón Blanco de la Casa
Rosada, la señora María Eva Duarte de Perón lució un atrevido vestido gris de
seda, con un hombro al descubierto, que ruborizó a su compañero de mesa, el
cardenal Copello. Desde el primer momento, la clase alta argentina la acusaría
de vestirse de manera vulgar como una estrella de cine y no con la discreción
que se espera de la esposa de un presidente. Pero la gente sencilla del pueblo
no opinaba lo mismo. Les gustaba el aspecto despampanante de Evita, las
llamativas joyas que lucía y los lujosos vestidos que resaltaban su esbelta
silueta”. Cristina Morató.
“Hubiera podido ser esposa del presidente como las otras. Era una labor
fácil y agradable: sólo ocupada en organizar recepciones, recibir homenajes y
someterme al protocolo… Los que me conocen desde que era una simple colegiala
saben bien que yo nunca hubiera podido desempeñar ese ridículo papel. Por una
parte, era Eva Perón, la esposa del presidente, la que ofrecía brillantes
recepciones y presidía las noches de gala. Por otra, yo era Evita, en la que el
pueblo había puesto todas sus esperanzas…”. Eva Perón.
“… la mujer del presidente de la República, que os habla, no es más que
una argentina más, la compañera Evita, que está luchando por la reivindicación
de millones de mujeres injustamente pospuestas en aquello de mayor valor en
toda conciencia: la voluntad de elegir, la voluntad de vigilar desde el sagrado
recinto del hogar, la marcha maravillosa de su propio país”. Eva Perón.
“En junio de 1946, la revista Newsweek, en un amplio reportaje sobre la
primera dama argentina, se refería a ella como “la presidenta” y afirmaba que
se estaba convirtiendo en “la mujer más importante entre bastidores” de la
política de América Latina”. Cristina Morató.
“A la única reina a la que vestí es a Eva Perón”.
Christian Dior.
Christian Dior.
“Cuando Evita murió tenía en sus armarios más de
cien abrigos de pieles, cuatrocientos vestidos y ochocientos pares de zapatos,
sin contar su fabulosa colección de joyas”. Cristina Morató.
“Con profunda emoción regreso a mi país, donde dejé a mis tres grandes
amores; mi tierra, mis descamisados y mi amadísimo general Perón”. Eva
Perón.
“Ahora sólo pensaba en llevar a cabo una tarea titánica que la
obsesionaría hasta el día de su muerte: una fundación que llevara su nombre y
concentrara toda la ayuda social del país”. Cristina Morató.
“Había perdido a mi esposa en todos los sentidos. Sólo nos veíamos
ocasionalmente y aún entonces, muy brevemente, como si viviéramos en ciudades
diferentes. Evita se pasaba muchas noches trabajando sin parar y regresaba de madrugada. Yo acostumbraba a salir de la
residencia a las seis de la mañana para ir a la Casa Rosada y me la encontraba
en la puerta de entrada, agotada pero satisfecha de su trabajo”. Juan
Perón.
“Jamás podría pagarle, aún entregándole mi vida, para agradecerle lo
bueno que siempre fue y sigue siendo conmigo. Nada de lo que tengo, nada de lo
que soy, nada de lo que pienso es mío; todo pertenece a Perón”. Evita.
“El 1 de mayo de 1952 habló por última vez en público desde el balcón de
la Casa Rosada. Le costó gran fatiga, tanto que al terminar el discurso se
desvaneció entre mis brazos”. Juan Perón.
“Los funerales por su muerte estuvieron a la altura de los de un jefe
de Estado y el dolor – y la histeria – por su pérdida se adueñó de sus más
fieles seguidores, aquellos que tras su prematura muerte la elevaron a los
altares y pedirían su canonización”. Cristina Morató.
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